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martes, 4 de octubre de 2016

San Pantaleón (dibujo)


Fiesta: 27 de julio


San Pantaleón nació alrededor del año 280 d.C. en la ciudad de Nicomedia (Asia Menor), ciudad que estaba bajo el dominio del Imperio Romano y que perseguía a muerte a los cristianos.
Era de familia noble, su mamá, que era cristiana le transmitió la fe en forma oculta, pero como ella murió cuando él aún era muy joven su papá, que era pagano, lo educó bajo el culto a los dioses romanos.
Pantaleón estudió medicina, y demostró tener una gran capacidad para esa profesión, además de sus excelentes virtudes humanas y su calidad para tratar a los enfermos.
Su fama creció y hasta el mismo monarca del Imperio lo invitó a formar parte de la corte y ser el médico real.
En una oportunidad Pantaleón se encontró con un sacerdote cristiano con quién entabló una gran amistad. Las conversaciones con el sacerdote y finalmente un milagro que presenció, hicieron que Pantaleón se convirtiera al cristianismo.
Se dedicó a curar a todos los enfermos en nombre de Cristo y además obró grandes milagros. Su padre presenció un milagro y por eso también se convirtió.
El emperador admiraba a Pantaleón por su gran capacidad en la medicina, por eso no lo perseguía por ser cristiano. Alrededor del año 305 cambió el emperador de la ciudad y éste no tuvo compasión de Pantaleón. Le pidió que renegara su fe cristiana y que abrazara el culto a los dioses romanos. Como Pantaleón no quiso abandonar el cristianismo y seguía dando testimonio de Cristo, el emperador lo condenó a terribles tormentos que Pantaleón soportó heroicamente. El emperador ordenó que lo mataran de alguna manera cruel, pero cada vez que intentaban matarlo, milagrosamente él se salvaba.
Al final el emperador ordenó que lo decapitaran. Según cuenta la leyenda, ataron a Pantaleón a un tronco seco de olivo. Primero lo flagelaron y al salpicar la sangre de su cuerpo en el árbol, éste reverdeció floreciendo de repente. Entonces el verdugo levantó la espada y dejó caer el arma sobre el cuello del condenado, pero inútilmente, ya que la afilada espada se ablandó como cera y, en consecuencia, no produjo ninguna herida. Pantaleón, con su mirada hacia el cielo, siempre tranquilo, implorando perdón para sus verdugos, pidió entonces al Señor que terminaran los tormentos y que lo elevara a la gloria del cielo. Así fue como un nuevo golpe de espada terminó con la vida del valiente médico.