San José
Custodio del Señor Jesús
Esposo de la Santísima
Virgen María y padre adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo.
Las principales fuentes de información
acerca de la vida de San José son los primeros capítulos de nuestros primer
y tercer Evangelios; estas también son prácticamente las únicas
fuentes confiables, ya que mientras que tanto en la vida del santo patriarca
así como en varios otros temas relacionados con la historia del Salvador que
fueron dejados sin tratar por los escritos canónicos, la literatura
apócrifa está llena de detalles, la no admisión de dichos trabajos dentro
del Cuerpo del Canon de las Sagradas Escrituras lanza una fuerte
sospecha sobre sus contenidos, y, aún cuando se pueda dar por acordado que
varios de dichos hechos así recopilados puedan estar fundados en tradiciones
confiables, en la mayoría de los casos es casi imposible discernir y tamizar
tales partículas de verdadera historia de entre los componentes imaginarios
con los cuales están asociados. Entre dichas producciones apócrifas
tratando más o menos vastamente algunos episodios de la vida de San José
pueden destacarse el así llamado “Evangelio de Santiago”, el “Pseudo-Mateo”,
el “Evangelio de la Natividad de la Virgen María”, la “Historia de José, el
Carpintero”, y la “Vida de la Virgen y Muerte de José”.
San Mateo (1:16) llama a San José como el hijo de Jacob, de acuerdo con San
Lucas (3:23), Elí fue su padre. Este no es el lugar apropiado para recitar los distintos y variados
esfuerzos en resolver las irritantes incógnitas que surgen de las
divergencias entre ambas genealogías, ni tampoco es necesario puntualizar las
explicaciones que mejor responden a todos los requerimientos del problema
(ver Genealogía de Cristo), es suficiente con
recordar al lector que, contrariamente a lo que fuese anteriormente afirmado,
los escritores más modernos admiten prestamente que en ambos documentos
poseemos la genealogía de José, y que es bastante factible conciliar ambos
datos.
En todo caso, Bethlehem,
la ciudad de David y sus descendientes, aparenta haber sido el lugar de
nacimiento de José. Cuando, sin
embargo, la historia del Evangelio comienza, unos pocos meses antes de la Anunciación,
José era situado en Nazaret.
Cuándo y por qué él abandonó su tierra natal para radicarse por sí
mismo en Galilea no ha sido averiguado; algunos suponen – y la suposición no es de ningún modo
improbable – que las entonces humildes circunstancias de la familia y la
necesidad de ganarse la vida pueden haber motivado el cambio. San José, por
cierto, fue un tekton,
como podemos aprender en Mateo 13:55, y Marcos 6:3. La palabra significa tanto mecánico en
general como carpintero en particular; San Justino se inclina por la última acepción
(Dial. cum Tryph., lxxxviii, in P.G., VI, 688), y la tradición ha aceptado
esta interpretación, la cual es seguida por la Biblia Inglesa.
Es probablemente en Nazaret
que José comprometió y
desposó a aquella que sería luego la Madre de Dios. Cuándo el matrimonio tuvo
lugar, si antes o después de la Encarnación, no es materia fácil de
establecer, y en este punto los maestros de la exégesis han disentido
en todo tiempo. La mayoría de los intérpretes modernos, siguiendo las huellas de Santo
Tomás, entienden que, para la época de la Anunciación, la Santísima
Virgen estaba solamente comprometida con José; tal como Santo
Tomás informa, esta interpretación se adapta mejor a todos los
datos evangélicos.
No será poco interesante de recordar acá,
a pesar de lo poco confiable que son, las extensas historias concernientes al
matrimonio de San José que podemos encontrar en los escritos apócrifos. Cuando contaba con cuarenta años de
edad, José desposó a una mujer llamada Melcha o Escha para algunos, Salomé
para otros, con quien convivió cuarenta y nueve años y con quien tuvo seis
chicos, dos hijas y cuatro hijos, el menor de los cuales fue Santiago
(el Menor, llamado “el hermano del Señor”). Un año después de la
muerte de su esposa, cuando los sacerdotes anunciaron por toda la Judea
que ellos deseaban encontrar en la tribu de Judá algún hombre
respetable para desposar a María, de entonces doce a catorce años de edad,
José, quien ya tenía en dicho momento noventa años, fue a Jerusalén entre los
candidatos, un milagro manifestó la elección de José realizada por
Dios, y dos años después la Anunciación tuvo lugar. Estos sueños, como
los caracteriza San Jerónimo, a partir de los cuales varios artistas
Cristianos han dibujado su inspiración (ver, por ejemplo, “Los Esponsales de
la Virgen” de Rafael), están viciados en su
autoridad; a pesar de ello adquirieron con el correr de los años cierta
popularidad, en ellos algunos escritores eclesiásticos buscaban la respuesta
a la bien conocida dificultad surgida a partir de la mención en los
Evangelios de “los hermanos del Señor”, de ellos también la credulidad
popular, contrariamente a toda probabilidad así como también a la tradición
atestiguada por viejos trabajos artísticos, ha retenido la creencia de que
San José era un hombre anciano en el momento de su matrimonio con la Madre de
Dios.
Este matrimonio, verdadero y completo,
estaba pensado, en la intención de los esposos, para ser un matrimonio
virginal (cf. St. Aug., "De cons. Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72;
"Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; St. Thomas, III:28;
III:29:2). Pero pronto, la fe de José en su esposa iba a ser dolorosamente probada:
ella iba a tener un hijo. Pese a lo
doloroso que el descubrimiento debió haber sido para él, sin conciencia de lo
que significaba el misterio de la Encarnación, sus
delicados sentimientos le prohibieron a sí mismo difamar a su prometida, y
resolvió “abandonarla en secreto; pero mientras pensaba en dichas cosas, el ángel
del Señor se le apareció en sueños, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María
como esposa, ya que lo que ha sido concebido en ella, es obra del Espíritu
Santo. Y José,
levantándose de su sueño, hizo tal como el ángel del Señor le encomendó y la
tomó por esposa” (Mateo 1:19, 20, 24).
Unos pocos meses más tarde, llegó el
tiempo para José y María de ir a Belén (Bethlehem), para ser censados, de
acuerdo con el decreto emitido por el César Augusto: una nueva fuente
de angustia para José, puesto que “sus días se habían cumplido, ella debía ser asistida para el
parto", y "no había lugar para ellos en la posada (Lucas
2:1-7). “Cuáles han sido los
pensamientos de este santo varón en el nacimiento del Salvador, la venida de
los pastorcitos y de los sabios, y en los sucesos ocurridos durante la
Presentación de Jesús en el Templo, solamente podemos adivinarlos; San Lucas únicamente dice que él estaba
"admirado de las cosas que se hablaban de El” (2:33). Nuevas pruebas seguirían pronto. Las noticias de que un rey de los Judíos
había nacido bastó para encender en el malvado corazón del viejo y sangriento
tirano, Herodes, el fuego de los celos. Nuevamente, “un ángel del Señor se
apareció en sueños a José, diciendo:
Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto: y permanece
allí hasta que te sea avisado” (Mateo 2:13).
La citación para regresar a Palestina
llegó recién después de unos pocos años, y la Sagrada Familia se estableció
nuevamente en Nazaret.
La vida de San José es, de aquí en adelante, la simple y apacible vida
de un humilde Judío, que se mantenía a sí mismo y a su familia con su
trabajo, y observando fielmente las prácticas religiosas prescriptas por la
Ley u observadas por los Israelitas piadosos. El único incidente digno de
mención, recogido en los Evangelios, es la pérdida y angustiosa búsqueda de
Jesús, de entonces doce años de edad, cuando El se extravió durante la
peregrinación anual a la Ciudad Santa (Lucas 2: 42-51).
Esto es lo último que escuchamos
acerca de San José en las Sagradas Escrituras, y bien podemos suponer que el
padre adoptivo de Jesús falleció antes del comienzo de la vida pública del
Salvador. En varias circunstancias,
por cierto, los Evangelios nos hablan de la madre y hermanos (Mateo 12:46; Marcos 3:31; Lucas 8:19; Juan 7:3), pero
nunca hablan acerca de Su padre en conexión con el resto de la familia,
solamente nos cuentan que Nuestro
Señor, durante Su vida pública fue sindicado como el hijo de
José (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo13:55). ¿Es posible pensar que Jesús,
además, cuando estaba a punto de morir en la Cruz, haya confiado Su madre al
cuidado de Juan, estando San José todavía con vida? De acuerdo con la
apócrifa “Historia de José el Carpintero”, el santo hombre había alcanzado
los ciento once años cuando murió, el 20 de Julio (del Año del Señor 18 ó
19). San Epifanio le asignaba noventa
años de edad en el tiempo de su deceso, y si vamos a creerle al Venerable
Beda, él fue enterrado en el Valle de Josafat. A decir verdad no sabemos cuándo murió San
José, es bastante improbable que él haya alcanzado semejante madurez de edad
de la cual nos hablan la “Historia de San José” y San Epifanio. Lo más probable es que haya muerto y sido
enterrado en Nazaret.
José era un “hombre justo”. Este elogio otorgado por Espíritu Santo, y
el privilegio de haber sido elegido por Dios para ser el padre adoptivo de Jesús y el Esposo de la
Virgen Madre, son los fundamentos de los honores asignados a San José por la Iglesia. Tan convincentes son dichos fundamentos que
no deja de ser sorprendente que el culto a San José fuese tan lento en ganar
reconocimiento. La principal de las
causas de esto es el hecho de que “durante los primeros siglos de existencia
de la Iglesia, eran sólo los mártires quienes
gozaban de veneración” (Kellner).
Lejos de ser ignoradas o pasadas por alto durante los primeros años de
Cristianismo, las prerrogativas de San José fueron ocasionalmente
confrontadas entre los Padres; incluso tales elogios, que no pueden
ser atribuidos a los escritores entre cuyos trabajos ellos encuentran cabida,
atestiguan que las ideas y la devoción allí expresadas eran familiares, no
sólo para los teólogos y predicadores, y deberían haber sido prestamente
bienvenidas por la gente. Las huellas
más tempranas de reconocimiento público acerca de la santidad de San José son
halladas en Oriente. Su fiesta,
si es que podemos confiarnos de las afirmaciones de Papebroch, era tenida en
cuenta por los Coptos ya en los tempranos inicios del siglo cuarto. Nicéforo Calixto dice asimismo – cuya
autoridad desconocemos – que en la gran basílica erigida en Belén
(Bethlehem) por Santa Elena, había un magnífico oratorio
dedicado en honor de nuestro santo. Lo
cierto es, sea como sea, que la fiesta de “José el Carpintero” se encuentra
registrada, el 20 de Julio, en uno de los antiguos Calendarios Coptos que ha
llegado a nuestras manos, así como también en un Synazarium de los siglos
octavo y noveno publicado por el Cardenal Mai (Script. Vet. Nova Coll., IV, 15
sqq.). Menologios griegos de una fecha posterior al menos mencionan a San José en el 25 ó
26 de Diciembre, y otra conmemoración suya conjuntamente con otros santos fue
realizada en los dos Domingos inmediatamente anterior y posterior a Navidad.
En Occidente el nombre del
padre adoptivo de Nuestro Señor (Nutritor Domini) aparece en algunos martirologios locales
de los siglos noveno y décimo, y encontramos en 1129, por primera vez, una
iglesia dedicada en su honor en Bologna. Su devoción, por entonces solamente
privada, como aparentaba ser, cobró un gran ímpetu debido a la influencia y
al celo de santos de la talla de San
Bernardo, Santo
Tomás de Aquino, Santa
Gertrudis (muerta en 1310), y Santa
Brígida de Suecia (muerta en 1373). De acuerdo con Benedicto
XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11;
xx, n. 17), "la opinión
generalizada de lo aprendido es que los Padres Carmelitas fueron los primeros
en importar desde Oriente hacia Occidente la loable práctica de tributarle un
completo culto a San José” Su fiesta,
introducida hasta el fin poco tiempo después, en el Calendario Dominico, fue
ganando paulatinamente una posición segura en numerosas diócesis de Europa Occidental. Entre los más
celosos promotores de la devoción en dicha época, San Vicente Ferrer
(muerto en 1419), Pedro d'Ailly (m. en 1420), San
Bernardino de Siena (m. en 1444), y Jehan
Charlier Gerson (m. en 1429), merece una especial
mención Gerson, quien, en 1400, compuso un
Oficio de los Esponsales de José particularmente en el Concilio de Constanza (1414), como medio de promocionar el
reconocimiento público del culto de San José. Recién bajo el pontificado de Sixto IV (1471-84), los esfuerzos de
dichos benditos hombres fueron recompensados por el Calendario Romano (19 de
Marzo). Desde aquel entonces la devoción adquirió cada vez mayor popularidad, y
la dignidad de la fiesta fue guardando relación con su firme
crecimiento. Primeramente sólo fue una
festum simplex, y fue prontamente
elevada a un doble rito por Inocencio VIII (1484-92), declarada por
Gregorio XV, en 1621, como una fiesta obligatoria, a instancias de los
Emperadores Fernando III y Leopoldo I y del Rey Carlos II de España, y fue
elevada al rango de fiesta doble de la segunda clase por Clemente
XI (1700-21). Además, Benedicto
XIII, en 1726, agregó el nombre en la Letanía
de los Santos.
Una festividad en el año, sin
embargo, no fue considerada
suficiente para satisfacer la piedad popular.
La Fiesta de los Esponsales de la Santísima Virgen y San José,
tan vigorosamente propugnada por Gerson, y concedida por Paulo III
a los Franciscanos, después a otras órdenes religiosas y diócesis
individuales, fue, en 1725, concedida a todos los países que la solicitasen, un apropiado Oficio, compilado por el
Dominico Pierto Aurato, fue asignado, y el día fijado en el 23 de Enero. Esto no fue todo, la reformada Orden
Carmelita Descalza, en la cual Santa
Teresa infundió su gran devoción hacia el padre adoptivo de Jesús,
lo eligió, en 1621, como su patrono, y en 1689, les fue permitido celebrar la
fiesta de su Patrocinio en el tercer Domingo después de
Pascua. Esta fiesta, pronto, adoptada a lo largo de todo el Reino de España,
fue posteriormente extendida a todos los estados y diócesis que solicitasen
el privilegio. Ninguna otra devoción,
tal vez, haya crecido tan universalmente como esta, así como tampoco ninguna
otra pareció haber atraído con tanta fuerza a los corazones de los
cristianos, y particularmente de las clases obreras, durante el siglo
diecinueve, como ésta de San José.
Este maravilloso, y sin precedentes,
incremento de la popularidad ha sido otro nuevo galardón para ser adosado al
culto del santo. Complementariamente,
uno de los primeros actos del pontificado de Pío IX, siendo él mismo
particularmente devoto de San José, fue hacer extensiva a toda la Iglesia
la fiesta del Patrocinio (1847), y en Diciembre, 1870, de acuerdo con
los deseos de los obispos y de toda la feligresía, él declaró
solemnemente al Santo Patriarca José, como patrono de la Iglesia
Católica, y resolvió que su fiesta (19 de Marzo) debería de
allí en adelante ser celebrada como una doble de la primera clase (pero sin octava,
a causa de la Cuaresma). Siguiendo
los pasos de sus predecesores, Leon XIII y Pío X han exhibido
un similar deseo de agregar sus propias joyas a la corona de San José: el
primero, permitiendo en ciertos días la lectura del Oficio Votivo del
santo, y el restante aprobando, el 18 de Marzo de 1909, una letanía en
honor de aquel cuyo nombre él recibió en su bautismo.
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=20332
CHARLES L. SOUVAY
Transcrito por Joseph P. Thomas En memoria del Padre José Paredom Traducido por Christian Longarini |